EL MAGNÍFICO RETRATO DE UNAMUNO
José Moreno Villa
Siempre que veo este insuperable retrato fotográfico de Unamuno se me levantan mil cosas de España. Hay en él un poder evocativo como en ninguno de los hechos por pintores a base de muchas sesiones, consideración y cálculos. ¡Es magnífico!, exclamamos todos al verlo por primera vez. Y ahora me detengo a pensar por qué es magnífico.
Advierto que lo mismo podríamos llamarle “magno”. Y ello me lleva al concepto que buscaba: magnitud. Tanto este sustantivo como los adjetivos anteriores implican grandeza y esto es lo que hay en el retrato.
La concordancia entre el personaje y el fondo es perfecta. Unamuno tenía que ser retratado sobre la tierra de Castilla, pero en un paraje determinado, sobre un otero, desde donde se dominase la inmensidad casi oceánica de la gran planicie. Ahí, en la comba del otero, sentado entre cardos espinosos, y visto muy de cerca por el objetivo de la máquina, tendría su figura material o corpórea toda la magnitud o grandeza de su figura espiritual. Así lo hizo el afortunado fotógrafo, y así obtuvo la soberana impresión.
Adopta el Rector de la Universidad de Salamanca una postura muy suya, o que le vi muchas veces. Es una postura que permite balancear el cuerpo tantito como en una mecedora. Es postura de cierta tensión, no de abandono total. Unamuno jamás parecía en desplome. Solía repetir en sus charlas que “la hora para él, se componía de sesenta minutos, y el minuto de sesenta segundos”, con lo cual significaba que no perdía un instante de la vida.
La gran dimensión o magnitud de la figura, nótese que no empequeñece la del paisaje. Ninguna es afectada por la otra; se corresponden. Y se diría que la inmensidad panorámica —casi desierta— está esperando la inmensa siembra espiritual del hombre.
La luz desempeña en este momento un papel importante. Es luz mañanera, como corresponde al madrugador don Miguel. Un sol bajo le pega en la espalda y en los crespos cabellos de nieve, quedando en sombra transparente lo delantero de la cabeza. Por oscuro se dibuja la frente huidiza, aerodinámica. No se acusan sus ojos lechuzos en este momento tan luminoso y contrastado, pero sí la finura tajante de su nariz y el prognatismo de la boca.
La cabeza de Unamuno hubiera podido servir de modelo a Cervantes para su don Quijote. Pensando en la vida del caballero manchego que escribió el caballero salmantino (aunque bilbaíno), se me antoja que existe una correlación entre ambos. Algo le presto de sí el uno al otro. Y don Miguel sostuvo en los campos de España peleas morales e ideales verdaderamente a lo Quijote. Empresas que por no ser políticas en la mayoría de los casos, ni en un sentido estricto, no constituyeron partido, pero le ganaron muchos adictos entre la juventud intelectual. Sus escritos fueron el pan nuestro de cada día durante decenios y decenios. Pan caliente, no galleta fría o pesado pastel germánico.
Los problemas morales y educacionales le movían más que todos, como a buen español. Por ello le reúno a veces con Carlyle, el del culto a los héroes. Este escritor ingles se leía en España por los tiempos que Unamuno empezó a escribir. Fue Clarín quien tradujo su obra famosa.
Conservo de Carlyle la reproducción de un simpático retrato que se guarda en el Museo Victoria y Alberto de Londres y me agrada que se publique aquí con el de Unamuno. ¡Qué lejos en figura uno y otro! Carlyle, joven e inglés; Unamuno, viejo y celtíbero, sobre vasco. Casi estoy seguro de que a uno y otro debo el respeto para los héroes o altos valores morales e intelectuales. La posición contraria, sostenida por Baroja de una manera sistemática, me parece falsa, una verdadera aberración. Nadie desmerece por admirar, aunque todo sea relativo en el mundo.
De Carlyle avejentado hay un retrato al óleo muy conocido, hecho por el americano Whistler. Aparece sentado en una silla simple, de perfil y paralelo a la pared, postura repetida por el pintor en el retrato que hizo de su madre. La obra se halla en el Museo de Glasgow. Tiene Carlyle el bastón en la mano derecha; con la otra, que se apoya en la pierna, agarra unos guantes. En la rodilla reposan el sombrero y una manta. Todo ello habla de interior doméstico en lugar frío. Y el semblante acusa desilusión y agotamiento. Es un retrato opuesto, oponible al de Unamuno, quien, aunque viejo, está vigoroso y expuesto al ímpetu del frío mañanero del campo salmantino.
Gustaba Unamuno de llegarse al huerto famosos de fray Luis, sobre el Tormes. Por allí debió de ser retratado; el río se ve bastante bien, con fila de árboles en una orilla y camellones de paja trillada en la otra. Esa fila horizontal de grandes árboles empequeñecidos por la distancia, más las otras fajas a medio tono que rayan las lejanías hasta perderse en el llano horizontal, son las que marcan la escala, la magnitud de la figura del panorama.
México en la Cultura, 31 de agosto de 1952, p. 5