La Prensa de Buenos Aires: Cuando José Suárez retornó a Galicia. José Núñez Búa. 1974

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CUANDO JOSÉ SUÁREZ RETORNÓ A GALICIA

Por José Núñez Búa

Especial para La Prensa.  La Plata 1974. Sección ilustrada de los domingos. 29 / 12 / 1974


Hace aproximadamente un año, falleció José Suárez, colaborador de “La Prensa” durante años, en cuyas secciones dominicales de Literatura y Arte se publicaron fotografías tomadas por él en Argen­tina, en Uruguay, en Chile, en España, en Grecia, en Inglaterra, en Asia, Que él fue hombre de muchos lu­gares; se sintió ciudadano del país en que pudó trabajar con libertad, como si tuviese por lema de su  nomadismo uno de los aforismos que nos enseñaba nuestro profesor de latín en el instituto de Orense, aquel que, en una variante grata a nuestra inicial adolescencia, reza: “ubi liber­tas, ibi patria” (donde está la libertad allí está la patria),

Suárez dejó certificada en gran parte de su labor la impronta intelectual de su galleguidad. Bien dijo Rilke, poeta sin fronteras, que el individuo puede sentirse ciudadano de varias patrias, del mundo entero; pero “uno no es más que del país de su infan­cia”. Por eso cuando su natural hi­pocondría sé acentuó, fue a esperar la “muerte propia” a Galicia, concre­tamente al Orense de su niñez y adolescencia. Allí vivió sus últimos transidos días en soledad, escapando incluso de sus recuerdos. Esperó así su reintegración a la tierra-madre por­que, como dice el verso de Cernuda, “el cuerpo, qüe es de tierra, clama por su tierra”, sentimiento reiteradamen­te expresado por poetas de la España Peregrina, para quienes la necesidad vital del retorno está en el ansia inmanente de esa reintegración. Los ejemplos son numerosos. He aquí dos: “Lo grave de morir en tierra extraña es que mueres en otro, no en ti mismo” (Moreno Villa). “Llevad mi cuerpo al maternal y adusto páramo que se hermana con el cielo…”  “Su­bidme allá, se hará mi carne roca” (Unamuno)

Emigrante

Cuando, como aconteció a otros, para no ser víctima de la vorágine bélica que padeció España, se echó fuera del área que ocupa la ibérica “piel de toro extendida” y arribó (1937) como emigrante a las costas de esta segura banda del “grande mar levado”, líricamente cantado por los poetas gallegos desde el ‘medievo y padecido en carne y alma por miles y miles de los que, por causas casi siempre económicas, dejaron su tierra natal.

Ninguno de los españoles que entonces, por causas exclusivamente políti­cas, llegaron a este país, desde el ex presidente Alcalá Zamora al más anó­nimo de los milicianos, sin renegar de su idealidad, representó el papel de exiliado político, Todos fueronab initio emigrante  y en esa condición, cada cual buscó la manera correcta de ganarse la vida, Claro está que el pan de la tierra ajena no sabe como el de la propia. Dante, desterrado de su Florencia per los guelfos, dice en el Canto XVII del Paradiso: “Tu proverai sí come sa di sale lo pane altrui, e com’ é duro calle lo scendere e il salir per l’áltrui scale”.

De abogado a fotógrafo

Pepe Suárez estudió su carrera – Derecho – en Salamanca. Desde muchacho tuvo y practicó una afición: la fotografía, en la que llegó a ser indiscutible maestro. Andando cami­nos de Castilla y de Galicia con pies y con alma, mirada aguda, inquirir so­cial y observación artística, fue fijan­do en cientos de películas paisajes rurales y urbanos y escenas de la vida real: en la mar y en la gleba, en la calle y en el taller; campos cultivados y páramos yermos, peñascales de las altas cumbres y riberas florecidas; animales uncidos y animales en líbertad, rebaños en la montaña y ganado paciendo en las praderas y a la venta en las ferias… Y bajó a la beiramar de las Rías Bajas en donde captó las ondas qué, sosegadas, bordan encajes de espuma en la orilla, e imágenes del oleaje que, al romper en las rocas, se deshace en fervenza… Y en los finisterres que avanzan en el “mar de afuera» retrató las altas crestas que suenan broncas en los horados y en las proas de los cantiles donde anida la vocinglera gaviota y el mascato pesca­dor. ..Y si metía en su máquina imá­genes del labrado granito en las sinfonías ilustres de la “Rosa mística de piedra”, que es Compostela por gracia del bautismo vallidanesco; en las cumbres de las sierras fijaba las de la roca virginal, nunca herida por el hierro, pero cortada en caprichosas geometrías por el rayo o alisada en redondeces por la persisténcía erosi­va… Le placían los paisajes de las pétreas cimas en las que duerme el silencio mientras el huracán no las bate e interpreta sobre ellas sonoros clamores orquestales que danzan los vientos, las lluvias y la nieve.

Allá por el año 34 seleccionó unas decena» de fotos de Salamanca con las, que formó un álbum que un día cayó bajo la mirada inquisidora de Miguel  de Unamuno, quien llamó al mozo, ya abogado asésor del municipio sala­manquino y !e declaró que aquellas  imágenes le mostraron aspectos desco­nocidos para él de la ciudad que tan amorosamente deambulaba. La nove­dad era que mostrában la vida y la estética, no la arqueología estática y fría. Esa suerte de espaldarazo animó al togado metido por vocación a fotó­grafo a organizar su primera exposi­ción –Salamanca- en la propia ciu­dad, muestra que, avalorada con una presentación escrita y firmada por el rector salmanticense, repitió en Ma­drid y París con buena crítica… Y velay: el abogado dejó códigos y orde­nanzas, renunció a su tarea jurídico-burocrática y se hizo fotógrafo profe­sional. No para abrir una galería. Siguió en su labor de, camino adelan­te, tomar fotos de hombres, animales, cosas y escenas de valor social y artístico. No eran fotos de tendencia comprometida. Querían, sencillamen­te, casando técnica y arte, ser docu­mentos de realidades vivas tal y cual él las encontraba, buscándolas sin prejuicio intelectual, si, claro está con inquérito intelectual.

Cineasta

Ya metido de lleno en el oficio, se interesó por la cinematografia y estu­dió su técnica. No tardó en imaginar una serie de películas que, siguiendo un sencillo guión argumental, fuesen esencialmente documentos de artesaní­as aún vigentes en España. Una com­pañía filmadora contrató con el cine­asta en cierne la producción de cuatro filmes que se rodarían en Galicia: “Mariñeiros”, “Alfareros”, “Canteros”, “Feriantes”,  los que recogerían, en escenarios naturales, el trabajo tradi­cional, bueno y fecundo, aunque técni­camente atrasado y económicamente mal retribuido, en los tres primeros; socialmente ruin el que en las ferias expoliaba a los paisanos. Existían to­davía muchas artesanías dignas de mostrar documentalmente, no con el acostumbrado baladi afán pintorequista vistiendo a las personas con trajes guardarropía teatral. Lo que él quería mostrar eran ciertas artesanías tradicionales para poder colegir lo que en ellas había de fecundo, lo que, aún tenía germen de futuridad, lo que podía convertirlas en pequeñas y aun en grandes industrias nacionales, co­mo hicieron los suecos con sus mue­bles y enseres domésticos, los daneses, con sus mantecas, los holandeses con sus quesos y flores, los suizos con sus encajes y relojes… La tradición por, la tradición misma es remora; pero iá tecnología laboral productora de obje­tos venales en serie, cuando no lleva en la entraña una tradición germinal, crea para la sociedad de consumo muchas de esas cosas fútiles que los alemanes denominan Kisch, “negación le lo auténtico”, fenómeno que invade  el mundo con remedos de universalidad.

En junio de 1936 comenzó su labor de cineasta – guionista, iluminador, fotógrafo y cameraman, todo en una pieza – para la producción de Mariñeiros. Los escenarios y los personajes serían auténticos tripulantes de bar­cos pesqueros de las rías de Vigo y Pontevedra, en dos pueblos de cente­naria tradición pescadora, Cangas y Bueu. Un hombre joven, no conocido por allí, que sólo conversaba con ma­rineros y patrones de barcos en los muelles y en las tabernas, que se embarcaba con ellos, que les tomaba fotos con una filmadora mientras esta­ban en sus tareas o cuando se reunían a cantar, beber y jugar a la brisca, tan pronto sonaron ios primeros tiros de la contienda mal llamada civil, se hizo sospechoso de espía “rojo”. Gracias a la protección de un amigo pudo salir de España y, al fin, ponerse en la esperanzada ruta de los gallegos: la que termina y empiéza en el puerto de Buenos Aires. Llegó con unos cien­tos de metros de su película no revela­dos. El filme terminó de rodarse en aguas y playas de Mar del Plata. Se le grabaron parlamentos y música (esta del compositor argentino Isidro Maiz tegui, hijo de vasco y gallega, ahora bien conocido en España, en donde trabajó más de diez años). Se estrenó en Buenos Aires y después se proyectó en varias ciudades argenti­nas y en Montevideo. El filme no resultó lo que había proyectado su autor. Las escenas rodadas en Galicia no se pudieron rectificar y, claro está, el cambio de escenarios, argentinos por gallegos, lo perjudicó. La crítica, especialmente en cuanto a. la fotografía, fue favorable. .Parte de las tomadas para la película las expu­so Amigos del Arte en “Witcom”. El original del filme, que está en Buenos Aires,  debiera ser adquirido -al me­nos una copia-  para la futura – ¡to­davía futura!- cinemateca gallega, por ser un precioso inicial ejemplo de  lo que puede y debe ser un cine gallego sin pintorequismo: un cine con autenticidad.

En Argentina intervino como direc­tor de encuadres y fotografía en va­rias películas de las que alguna figura en la antología del cine nacional. Diri­gió todas las que tuvieron como guión básico una pieza teatral de Martínez Sierra y por protagonista a Catalina Barcena. Pero un día cualquiera, can­sado del ambiente de los “sets”, aban­donó definitivamente su colaboración en películas comerciales.

Uruguay y Japón.Retorno y soledad

En la década del 50 dejó la Argenti­na. En Uruguay, Punta del Este, cons­truyó una hermosa casa diseñada y dirigida desde los cimientos por él mismo,.

Sobre el portón de entrada al patio lateral, un pequeño, hórreo, el tradicional granero campesino gallego, de se­cular ilustre tradición en el arte ( ya en el Códice Escurialense” de las Cantigas de Alfonso el Sabio) era signo material de su saudade galaica En aquella casa instaló una selecta librería con nominación cervantina “El yelmo de Mambrino” y un estudio y laboratorio fotográfico. Pero si natura non dat, de nada sirve Sala­manca. Y si algo no le cuadraba a él era ser comerciante. El establecimien­to duró unos cuatro años.

Como .corresponsal gráfico de “La Prensa” y de dos revistas, una norteamericaná; y otra inglesa, se marchó a Japón, donde, además, le contrató una importante productora de material fótográfico para dictaminar sobre las novedades que pondría en el mercado. Tres años permaneció muy gustosa­mente en Oriente. Regresó a Uruguay, con una selecta colección de fotografías, soberbios documentos por su natu­ralidad y limpidez de la civilización nipona no contaminada de occidentalismo. Algunas fueron publicadas en este diario. Una cincuentena de ellas, en muy logradas reproducciones, se expuso en Buenos Aires, La Plata y Montevideo. Los elogios de la crítica fueron unánimes. El escrito y autor dramático Marcial Suárez recuperó todo el material fotográfico que, abun­dantísimo y perfectamente ordenado, conservaba su hermano, y una impor­tante editorial española tiene el pro­yecto de editar, con parte del mismo, varios álbumes: “Japón”, “Toros”, “La ruta de Don Quijote”, “Compostela”, “Mariñeiros”.

Sólo conozco la edición de un ál­bum, “Nieve”, publicada en Buenos Aires hace años. Paisajes totalmente nevados de los Andes mendocinos y chilenos. Las fotos, al decir de los entendidos, son una difícil, extraordinaria conjunción de técnica y belleza. Unicamente un artista y un técnico consumado puede captar los raros contrastes dé luces y sombras gra­duadas o bruscas en espacios total­mente nevados y con figuras en movi­miento: esquiadores, trineos anima­les…

Supe que reunió una colección de fotografías, varias publicadas en “La Prensa”, con las que formó un álbum, “La ruta de Don Quijote”. Para su publicación se ofreció a redactar cui­dado texto uno de los escritores espa­ñoles actualmente de más prestigio. Suárez se negó a que se editase. Es que su soledad y renunciamiento eran ya absolutos, defini tivos.

Hace ahora un año estuve en Orense. Supo que yo, como siempre, manifesté deseo de verle. Fue a buscarme al hotel en que me hospedaba. Como no me encontró, me dejó una breve y afectuosa carta escrita con su habi­tual, clara y segura caligrafía. Su texto de doce líneas me convenció de que mi amigo era hombre que se nos iba.

Galicia, España, Argentina, el mun­do, hace un quinquenio que ya habían perdido a ese gran artista. Su deterio­ro espiritual no le permitió desarro­llar toda la obra de que, por su talento y su saber, era capaz.