









NIEVE EN LA CORDILLERA
Este texto que sigue a continuación,escrito por José Suárez, acompaña, fraccionado en párrafos, ás fotos que aparecen no libro. Aquí optamos por publicalo todo seguido.
…un corazón desnudo
de viva roca
del granito más rudo
que con sus crestas en el cielo toca
buscando al sol en mutua soledad…
MIGUEL DE UNAMUNO
− ¿Otra vez por aquí el caballero?
La voz amiga que así nos sale al paso al detenerse el tren en una estación apretada entre dos contrafuertes de la Cordillera de los Andes, suaviza las asperezas de la madrugada, afilada por vientos helados de un invierno prematuro, que ya reverbera a lo lejos encaramado en el horizonte.
El viejo Ayala −cara tallada por las heladas de muchas invernías cordilleranas− repara en los esquís que duermen a nuestro lado, y agrega:
−Harta nieve van tener este año, la cigarra no cesó de cantar todo el verano.
Y todavía resuena en nosotros el eco de esta conseja, con lejano sabor de viejos decires de tierras de Castilla, cuando el tren se detiene en el remanso orográfico de las cumbres andinas que señala el término de nuestro peregrinaje, en busca de una paz que solo puede tejerse con el aire sutil de las cimas.
Las sombras alargadas por las primeras horas de la mañana, caen sobre la nieve y adormecen las aguas de la Laguna del Inca, con un silencio que roza apenas el murmullo apagado del Rió Juncal, último vestigio de vida en el paisaje lunar de las Altas Cumbres.
Quebrándose en mil ecos que rebotan de ladera en ladera, llega del valle el grito cortante del esquí, y se enfila al cielo como hito que afirma el triunfo del hombre al hacer surgir de nuevo la vida en los dominios de las nieves cimeras.
La mujer bella y fuerte siembra su risa en los surcos del viento, que lleva por la página en blanco de las laderas las trayectorias imaginarias que nacen en los ojos del esquiador.
En el regazo de una mañana de sol, que se ciñe amorosamente a los pliegues del paisaje, nace el juego infantil, alegría ingenua que todavía desconoce el peligro, para ser luego vértigo de dominio, milagro de equilibrio que se deshace en arabescos, para afirmar con más ahínco la voluntad del esquiador, o se quiebra en la sombra trágica de accidente, despertar del hombre que va al encuentro de nuevas estrellas fugaces abriendo, con sus botas de cien leguas, rutas que llevan a horizontes dormidos muy lejos de la mirada del hombre.
Escalando rayos de sol, por sombras de nieves petrificadas, surge la tempestad y se aferra a los cuatro puntos cardinales para cubrir el cielo de inciertas amenazas.
Viento trasero, que borra la escritura jeroglífica de los esquís, rompe en oleaje incontenible, que arrasa cuando se opone a su fuerza, y sume el hogar de los montañeros en una noche de interminables días. ¡Peligro!, es el último mensaje que subió por la encañada; y todo duerme el frió de la desolación.
Solo el hombre permanece fiel a sus designios. Los soldados de la Cordillera─milicia de paz, fuerte y pura como los elementos que rodean─ marcha abriendo huella a la caravana que busca un puerto seguro para guarecerse del invierno implacable que heló la sonrisa en labios infantiles y se hizo eco del presagio de la cigarra “que no cesó de cantar en todo el verano”.
De nuevo el paisaje yace adormecido y los mares de aguas frías, ahora habitados por vientos suaves que se ciñen a sus curvas, vuelven a ser señuelos de los ojos ávidos del esquiador, que se abandonan al impulso se una fuerza nacida en si mismo jugando en requiebros de gracia implacable con el inmutable cauce de la gravedad.
Ecos de tragedia suenan en el pregón de auxilio llamando a todos los hombres de buena voluntad, para ir en busca de vidas humanas sepultadas por un capricho del tiempo. A pié firme avanzan los trabajadores que pueblan la Cordillera, con la mirada clavada en la montaña que les cierra el paso y sin un gesto que acuse el dolor de sus pies aprisionados por los tamangos.
En las entrañas de la tierra ─nieve y más nieve que oculta el pueblecito perdido─ el ritmo de trabajo forma un pozo de sombra en donde todo es luz que anima el esfuerzo de quienes ahondan sin tregua hasta crear la arquitectura extraña en cuyo fondo alientan aún dos vidas que habrán de extinguirse al ver la luz del sol, dejando tras sí el testimonio de un heroísmo florecido a los pies de Cristo Redentor, que eleva su Cruz como enseña de serenidad, frente al pico más alto de la columna vertebral de América.
Por rutas de luna llena, se acerca la primavera, y los rezagados de la montaña ascienden en busca de los horizontes queridos, antes de volver al valle, franqueando portillos abiertos por la naturaleza para ser cauce de historia de dos países hermanos.
Sobre al aire se quiebra un bordoneo lejano. Sangre de héroes rompe la albura de la nieve fructificando en otro heroísmo: el de los vigías de todos los horizontes andinos que rescatan a los hermanos muertos.
El Bermejo aún nuestra su faz adusta. Es el último reducto del invierno, que se deshace en lágrimas de luz primaveral. Sol nuevo en las cumbres. Despertar de aguas dormidas que llenan el aire de imágenes nacidas en el kaleidoscopio del tiempo.
Sinfonía de hombres y máquinas, abriendo marchar de hierro con arabescos de luz, hasta devolver al riel su función paralela enfilada hacia ilimitados rumbos.
Formas nuevas en aires del sur. Fuego, nieve y troncos de estepa en ritos de danza de invierno lunar, tejidos con las lanzaderas de Urri.
Nieves huidizas, que no escapan al ir y venir de los esquiadores por rutas que el sol va cerrando a su paso.
Virada en redondo, para acudir a llamadas de otros horizontes. Y adiós a los sueños de nieves cimeras en el reinado de lo maravilloso, que la primavera enmarca desde el valle con el mensaje florido de su triunfo en la rotación del tiempo
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ESTE LIBRO SE TERMINÓ DE IMPRIMIR EL 21 DE JULIO DE 1942, EN LA IMPRENTA LÓPEZ, PERÚ 666, BUENOS AIRES, CON GRABADOS DE FOTOGRABADOS “EL PLATA” Y BAJO LA DIRECCIÓN DE ATTILIO ROSSI.